La palabra «Dios»...
...es la más cargada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada. Precisamente por ello no voy a renunciar a ella. Generaciones de hombres y mujeres han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo, y soporta el peso de todas esas personas. Las generaciones de hombres, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Por ella han matado y han muerto. Y tiene marcadas en sí las huellas de los dedos y la sangre de todos ellos. ¡Dónde iba a encontrar yo una palabra que se pareciera, para designar a lo más alto! Si tomo el concepto más puro y más radiante del más íntimo tesoro de los filósofos, no podría encontrar en él más que una imagen conceptual que a nada me habría de obligar. Pero no podría infundir en él la presencia a la que yo me refiero: la Presencia de Aquel a quien las generaciones de los hombres y mujeres han honrado y escarnecido con su estremecedor vivir y morir.
M.BUBER, Gottesfinsternis, München 1962, 509-510.
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
(San Francisco de Asis)